01 marca 2002

Yavé o Baal – el compromiso del profeta Elías.

En la mayoría de los pueblos vecinos de Israel, el rey era considerado hijo de dios. Y tenía a su servicio a los profetas quienes eran empleados del rey: eran controlados por él y estaban a su servicio.

Los reyes de Israel, después de un inicio de mucha esperanza, comenzaron pronto a imitar a los otros reyes. Apoyándose en su poder introducen los trabajos forzados (1 Re 5,27; 12,4), desvían al pueblo de la Alianza y rinden culto a los falsos dioses (1 Re 11,1-3). Poco a poco, algunos reyes de Israel comenzaron a convertirse en seguidores y devotos de Baal, porque esta religión les permitía explotar, oprimir y hasta matar según sus propios caprichos, cosa que les prohibía Yavé, el Dios de Israel.

Yavé, el Dios de Israel, es un Dios diferente. Y por eso también sus profetas son diferentes. Ellos no pueden ser iguales a los profetas de los otros pueblos. Porque son “hombres de Dios", tienen su experiencia propia del Dios de Israel, y actúan de acuerdo con las exigencias de ese Dios.

El conflicto entre reyes y profetas existía en Israel desde los tiempos del profeta Moisés (Dt 18,18), de la profetisa Débora (Jue 4,4) y del profeta Samuel (1 Sam 3,20). Este conflicto crecía lentamente, poco a poco, con el sucederse de los hechos. En la medida en que los reyes de Israel imitaban la práctica de los otros reyes y pueblos, en esa misma medida, los profetas reaccionaban. Se iniciaba así la tensión entre el carisma y el poder. La separación quedó clara y definitiva en la acción de Elías. A partir de Elías, los profetas toman el camino de la defensa de la Alianza y de la vida del pueblo contra la prepotencia del poder.


El mundo de Elías

Elías aparece alrededor del año 860 antes de Cristo, en la época de Omrí y Ajab, reyes de Israel. Omrí, el padre de Ajab, era el jefe del ejército del rey de Israel (1 Re 16,16). En un momento de mucha confusión tomó el poder (1 Re 16,17-22) y fue sucedido por su hijo Ajab. Padre e hijo, juntos, reinaron durante 34 años. Impulsaron un gran desarrollo económico del país: Omrí escogió a Samaría como su nueva capital (1 Re 16,23-24) y Ajab construyó allí su casa de marfil. Además, Ajab mandó reconstruir y fortificar las ciudades e hizo una alianza con el rey de Tiro. Esta alianza fue sellada con el matrimonio con Jezabel, la hija del rey de Tiro (1 Re 16,31).

Pero este desarrollo económico se logró con muchas y grandes injusticias. Ajab y Jezabel pisaban a los pobres, robaban sus tierras y mataban a los campesinos para enriquecerse y vivir rodeados de lujos, como si ellos fuesen los dueños de la vida y de la muerte de sus súbditos (1 Re 21,1-16). Para ello contaron con la ayuda y apoyo de los “nobles", de los “ancianos” (1 Re 21,8) y de los "jefes militares” (2 Re 1,9-11).

Desapareció la igualdad y la fraternidad. El pueblo quedó dividido: de un lado el rey, los ancianos, los nobles y los jefes militares; del otro lado, los campesinos, las viudas, los profetas perseguidos, los pobres.

La culpa de todo lo tenía el propio rey (1 Re 18,18), a quien ya no le importaba ni la Alianza ni los pobres; abandonó a Yavé, el Dios del pueblo (1 Re. 18,18), y permitió que Jezabel, su esposa, trajese consigo al falso dios Baal y lo instalase en el templo de Samaría (1 Re 16,31-32). Los profetas de este falso dios gozaban de muchos privilegios en la casa de Jezabel (1 Re 18,19). Los verdaderos profetas, en cambio, eran perseguidos y asesinados (1 Re 18,13;19,10-14). El número de los falsos profetas era enorme: había 450 profetas de Baal que vinieron con Jezabel allá de Tiro (1 Re 18,19) y otros 400 profetas ligados al rey Ajab (1 Re 22,6). Todos ellos hacían la propaganda del rey y de la reina, mientras que Elías era el único quien anunciaba el mensaje de Yavé el Dios del Pueblo (1 Re 18,22;19,10).


El “Ciclo de Elías”.

Elías no dejó ningún escrito. Fueron sus discípulos los que transmitieron lo que aprendieron de él. Elías fue una persona que impresionó a todo el mundo, amigos y enemigos. Impresionó principalmente a sus discípulos. Por decenas de años, no se cansaban de recordar su modo de ser: bueno con los pequeños; valiente a la hora de enfrentar a los poderosos para defender la fe de su pueblo; confiado en Dios. Y también muy humano, sujeto a crisis, con sus limitaciones. A los viejos, estos recuerdos les hacían revivir momentos que jamás volverían. Los jóvenes, que no conocieron a Elías, quedaban “deslumbrados” por aquellas historias.

Por algún tiempo, estos recuerdos fueron conservados vivos de boca en boca. Después, al final del siglo IX a.C. alguien decidió recoger por escrito aquel material, para que no se perdiera. Resultó una increíble historia de fe.

A esta colección de narraciones en torno al profeta, se la llama “Ciclo de Elías”. ¿Por qué “ciclo”? Esta palabra viene del griego: quiere decir “rueda” (como en la bicicleta o motocicleta). Elías es el centro de una rueda de recuerdos que hoy encontramos en los capítulos 17-19 y el 21 del Primer, y en el capítulo 1 del Segundo Libro de los Reyes.


El compromiso de Elías

Yavé, el Dios de Elías, es un Dios comprometido con el pueblo. Por eso, Elías también se compromete. Toma postura en conflictos: se coloca del lado de los pequeños y oprimidos y asume su causa; toma posición contra los grandes que oprimen y explotan al pueblo.

Toma posición contra el rey Ajab que traiciona la Alianza (1 Re 18,18); contra la reina Jezabel que roba y mata (1 Re 21,23); contra el rey Ocozías que consulta a los falsos dioses (2 Re 1,3.4); contra los falsos profetas que sustentan el gobierno injusto de Ajab y Jezabel (1 Re 18,40); contra el capitán que ejecuta órdenes injustas de prisión (2 Re 1,10.12).

Toma posición a favor de la viuda y de su hijo, ambos pobres, que comparten lo poco que les queda para vivir (1 Re 17,11.16); a favor de Abdías, el empleado del rey, que con riesgo de su vida desobedece a la reina y defiende la vida de cien profetas de Yavé (1 Re 18,7.15); a favor de Nabot, campesino asesinado a causa de su fidelidad a la ley que prohíbe vender o cambiar las tierras (1 Re 21,3.37-39 y Lev. 25,23); en favor del capitán, que por amor a la vida, desobedece la orden del rey (2 Re 1,13.15); en defensa del pueblo confundido que fue desviado por la propaganda oficial de los falsos profetas (1 Re 18,20-21.39).

En una palabra, a través de su acción tan decidida y de su palabra tan clara, Elías se hace portavoz y revelación de Yavé, el Dios del pueblo. Hace saber que el Espíritu de Yavé interviene en la historia humana a favor y en defensa de los pequeños y oprimidos que conservan la Alianza y contra los opresores que practican la injusticia.


Reflexionemos:

- ¿En qué contexto social surge el profeta Elías?

- ¿Cuál es su compromiso?

- ¿Qué nos enseña el profeta Elías? ¿Cómo actuaría hoy?


Juan Stefanów

Centro Bíblico Verbo Divino

director@verbodivino-ecu.org


* Este artículo está basado en el libro de Carlos Mesters, El profeta Elías. Hombre de Dios – hombre del pueblo, publicado por el Centro Bíblico Verbo Divino en la Colección Biblia Nº 13.