01 września 2002

Jeremías – las angustias de un profeta.

Jeremías es indudablemente uno de los profetas más conocidos de todo el Antiguo Testamento. En primer lugar, porque numerosos textos hablan de las “aventuras” por las que le tocó pasar. En segundo lugar, porque este profeta no se limitó a transmitir sólo la palabra de Dios: nos dejó también su propia palabra, la palabra de Jeremías, con sus dudas, sus inquietudes y sus temores. Su personalidad aparece así como una de las más auténticas y sugestivas de todo el Antiguo Testamento.


El mundo y el ministerio de Jeremías.

Jeremías nació alrededor del año 650 antes de Cristo en Anatot, pequeño pueblo a unos seis kilómetros de Jerusalén. Su vida se puede dividir en dos partes muy distintas, separadas por el año 609 a.C., el año de la muerte del rey Josías. La primera etapa de su vida está marcada por el gran optimismo: la independencia política, la prosperidad creciente y la reforma religiosa fueron los motivos principales del entusiasmo del profeta. Pero después de la muerte del rey Josías, los años que siguieron, constituyeron un periodo de rápido deterioro: dominación egipcia, dominación babilonia, tensiones internas y luchas de partidos, injusticias sociales y corrupción religiosa... fueron los diferentes rostros de este deterioro.


La vocación y el mensaje de Jeremías.

Jeremías recibió su vocación siendo muy joven todavía, cuando tenía poco más de veinte años. Su vocación incluye una elección de parte de Dios, una consagración, un “nombramiento” y una misión. Pero Jeremías no se siente atraído por su vocación. Como Moisés, siente miedo, se considera incapaz e impreparado. Pero Dios no admite excusas y le encomienda la tarea más difícil: transmitir su Palabra en unos años cruciales y trágicos de la historia de Judá:

Entonces Yavé me dirigió su palabra:

«Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía; antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones.» Yo exclamé: «Ay, Señor, Yavé, ¡cómo podría hablar yo, que soy un muchacho!»

Y me contestó Yavé: «No me digas que eres un muchacho. Irás adondequiera que te envíe, y proclamarás todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, porque estaré contigo para protegerte -palabra de Yavé-.»

Entonces Yavé extendió su mano y me tocó la boca, diciéndome: «En este momento pongo mis palabras en tu boca. En este día te encargo los pueblos y las naciones:

Arrancarás y derribarás,

perderás y destruirás,

edificarás y plantarás» (Jer 1,4-10).

Si quisiéramos resumir en una sola palabra el mensaje de Jeremías, deberíamos hablar de la conversión. Jeremías, al igual que Oseas, hablaba de las relaciones entre Dios y el pueblo en términos de matrimonio. El pueblo, como una mujer infiel, ha abandonado a Dios; por eso debe convertirse, volver (Jer 2,1-3,5). Ha tomado un mal camino y debe volver al camino que le lleva el Señor. Jeremías denuncia con especial fuerza el olvido de Dios, que se manifiesta en el rechazo de su palabra (Jer 6,10), en el falso culto (Jer 6,20) y las injusticias sociales (Jer 22,13-14). Su mensaje es bien claro: Yavé ha determinado castiga r a Israel por no haber escuchado a “sus siervos los profetas”. Este mensaje va dirigido a los reyes de Judá, al pueblo de Jerusalén, a los reyes de la naciones y a los exiliados. Pero... como ya le había pasado a otros profetas, las palabras de Jeremías no encuentran eco ni en el pueblo, ni en la corte. Al contrario, el comisario del templo lo azota y lo encarcela (Jer 20,1-6).

La falta de comprensión, el rechazo, y la poca acogida de su mensaje, hacen despertar en el profeta el desánimo y ganas de “botar la toalla”, pero su vocación es más fuerte que sus dudas y al final el profeta continua con su misión:

Me has seducido, Yavé, y me dejé seducir por ti. Me hiciste violencia y fuiste el más fuerte. Y ahora soy motivo de risa, toda la gente se burla de mí.

8 Pues me pongo a hablar, y son amenazas, no les anuncio más que violencias y saqueos. La palabra de Yavé me acarrea cada día insultos.

9 Por eso decidí no recordar más a Yavé, ni hablar más de parte de él, pero sentí en mí algo así como un fuego ardiente aprisionado en mis huesos, y aunque yo trataba de apagarlo, no podía (Jer 20,7-9).

Gracias las “confesiones” de Jeremías que encontramos en varios lugares del libro que recoge su vida y su mensaje, podemos conocer a un profeta “de carne y hueso”, un profeta que nos puede servir de modelo a cualquiera de nosotros. ¿Quién de nosotros no ha dudado de su vocación? ¿Quién de nosotros no ha sucumbido frente a los problemas y dificultades de apostolado? ¿Quién de nosotros no se ha sentido inclusive “abandonado por Dios”? Pero Jeremías no enseña que sí es posible retomar el compromiso. Este profeta nos enseña como recuperar la confianza en Dios y cómo ser fiel a Dios y a la misión “hasta las últimas consecuencias.



Recordemos:

- ¿En qué circunstancias surge el profeta Jeremías?¿Qué misión recibe?

- ¿Cuáles son las principales denuncias del profeta?

- ¿Qué problemas atravesó Jeremías? ¿Cómo los ha superado?

- ¿Qué nos enseña Jeremías a nosotros, los catequistas?


Juan Stefanów

Centro Bíblico Verbo Divino

director@verbodivino-ecu.org