01 grudnia 2003

Como Dios nos ha amado...

A lo largo de este año hemos ido descubriendo los diversos rostros de la misericordia de Dios presentes en la Biblia. Al terminar este ciclo de reflexiones bíblicas, les invitamos a leer un texto que nos presenta las implicaciones de la misericordia de Dios en nuestras vidas. Leamos detenidamente un hermoso pasaje tomado de la primera carta de Juan (1 Jn 4,7-21):


7Queridos,

amémonos unos a otros,

porque el amor es de Dios,

y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

8El que no ama no ha conocido a Dios,

porque Dios es Amor.

9En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios;

en que Dios envió al mundo a su Hijo único

para que vivamos por medio de él.

10En esto consiste el amor:

no en que nosotros hayamos amado a Dios,

sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo

como víctima de expiación por nuestros pecados.


11Queridos,

si Dios nos ha amado de esta manera,

también nosotros debemos amarnos unos a otros.

12A Dios nadie le ha visto nunca.

Si nos amamos unos a otros,

Dios permanece en nosotros y su amor ha alcanzado la perfección en nosotros.

13En esto conocemos que nosotros permanecemos en él y él [permanece] en nosotros:

en que nos ha dado de su Espíritu.

14Y nosotros hemos visto y damos testimonio

de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo.

15Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él [permanece] en Dios.

16Y nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene.

Dios es Amor:

y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él.

17En esto ha alcanzado la perfección el amor en nosotros:

en que tengamos confianza en el día del Juicio,

pues como es él, así somos nosotros en este mundo.

18No hay TEMOR en el amor;

antes bien, el amor pleno expulsa el TEMOR,

porque el TEMOR entraña castigo;

quien teme no ha alcanzado la perfección en el amor.


19Nosotros amamos, porque él nos amó primero.

20Si alguno dice: «Amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso;

pues quien no ama a su hermano, a quien ve,

no puede amar a Dios a quien no ve.

21Y nosotros hemos recibido de él este mandamiento:

quien ama a Dios, ame también a su hermano.



“Dios es amor” - ¡cuántas veces habremos escuchado y repetido nosotros mismos esta afirmación, que constituye la verdad más profunda de nuestra fe. Sin embargo, muchos cristianos se limitan a repetirla como un dogma de fe, sin dejar que ella llegue a ser en ellos una actitud de vida. El autor de la primera carta de Juan trata de reflexionar acerca de los frutos que el amor de Dios produce en nosotros.


1. Conocer el amor de Dios.

Llegamos a ser cristianos porque conocimos el amor de Dios. No fuimos nosotros los primeros en amar a Dios, sino que él se nos adelantó y en su Hijo nos reveló y demostró en práctica su inmenso amor por nosotros (1 Jn 4,9-10). Sería tal vez natural decir: Si Dios nos ha amado de esta manera, nosotros debemos entonces amarlo a él de la misma manera. Sin embargo, en el texto de la carta de Juan leemos la sorprendente afirmación: si Dios nos ha amado de esta manera... ¡también nosotros debemos amarnos unos a otros! (1 Jn 4,11). Quien llega a conocer a Dios y experimenta su gran amor, se siente impulsado a dar el mismo amor a los demás. Cada cristiano, y cada comunidad cristiana, que refleja en su vida el amor de Dios hacia los demás, revela al mundo el rostro de Dios. A Dios nadie le ha visto nunca, lo podemos conocer a través de las personas que se aman mutuamente y amar desinteresada y gratuitamente a los demás.

Dios nos amó en la persona de su Hijo quien entregó su vida en el gesto extremo de amor por nosotros y que vive en nosotros a través del Espíritu que hemos recibido de él (1 Jn 4,13-16). Este espíritu nos ayuda a experimentar el amor de Dios. Cuanto más nos abrimos al espíritu de Dios, su inmenso amor por nosotros, tanto más crece nuestra confianza en Dios; el amor de Dios se hace en nosotros perfecto (1 Jn 4,17-18). Cuanto más amados nos sentimos por Dios, tanto menos miedo le tenemos. En el amor no hay temor (1 Jn 4,18). Nos dice la carta de Juan que si alguien le tiene miedo a Dios, y dice a los demás que tienen que temer el castigo de Dios, eso indica que esta persona no conoce a Dios, no ha conocido y experimentado el amor de Dios.


2. Amar a Dios en los demás.

Los últimos tres versículos de nuestro texto (1 Jn 4,19-21), constituyen un breve y hermoso resumen de toda la vida cristiana y plantean al mismo tiempo todo un programa de vida.

En primer lugar, nosotros amamos [a los demás] porque Dios nos amó primero. Simplemente trasmitimos lo que hemos conocido y experimentado de nuestro Dios. Y lo hermoso que nos dice Juan es que no devolvemos el amor a Dios, sino que lo orientamos hacia los demás. El autor de la carta nos advierte que no podemos engañarnos que amamos a Dios si no amamos a los demás – pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4,20). La muestra – y prueba – de nuestro amor a Dios es nuestro amor hacia los demás. Cuanto más amamos a Dios, tanto más debemos entregarnos a nuestros hermanos.


3. Renovar en nosotros el amor de Dios

En este tiempo de Adviento y Navidad recordamos, una vez más, que Dios nos amó hasta el punto de asumir nuestra existencia humana haciéndose uno de nosotros. La gruta de Belén, donde entre estiércol y animales Dios puso su morada, se convirtió en la fuente de donde brota el inmenso río de amor de Dios. Sumerjámonos en este amor, llenémonos de él, y convirtámonos en fuentes y riachuelos que lleven este amor a las personas que no lo conocen, que siguen teniendo miedo a Dios porque no lo han conocido, porque nadie les ha hecho experimentar el Amor...



Reflexionemos:

- ¿Has experimentado en tu vida el amor de Dios? ¿Cómo? ¿Cuándo?

- ¿Cómo expresas tu amor a Dios?

- ¿Por qué la gente le tiene miedo a Dios? ¿Cómo podrías ayudar a estas personas a descubrir el amor de Dios?



Juan J. Stefanów, svd

janstef@poczta.onet.pl



01 listopada 2003

Salvados gratuitamente en Cristo...

1Y a ustedes que estaban muertos en sus delitos y pecados,

2en los cuales un tiempo caminaron

según la corriente de este mundo,

según el príncipe de la potencia del aire,

el espíritu que actúa ahora en los rebeldes...

3entre los cuales también todos nosotros nos encontrábamos en otro tiempo

en medio de las concupiscencias de nuestra carne,

siguiendo las apetencias de la carne y de los pensamientos,

destinados por naturaleza, como los demás, a la ira...

4Pero Dios, rico en misericordia,

por el gran amor con que nos amó,

5estando muertos a causa de nuestros delitos,

nos vivificó juntamente con Cristo

-por gracia han sido salvados Ustedes-

6y con él nos resucitó y juntamente nos hizo sentar

en los cielos en Cristo Jesús,

7a fin de mostrar en los siglos venideros

la sobreabundante riqueza de su gracia,

por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

(Ef 2,1-7)


San Pablo ha experimentado en su vida, más que nadie, la sobreabundante riqueza de la Gracia de Dios. Él mismo se considera como un aborto (1 Cor 15,8) que ha sido rescatado a la Vida, por la misericordia de Dios. Esta experiencia personal lo ha convertido en gran admirador y propagador de la Gracia de Dios. En todas sus enseñanzas y en todos sus escritos insiste en la gratuidad del amor de Dios y contempla las maravillosas obras salvíficas, que realiza Dios a través de u gracia. En todas las cartas de la tradición paulina, la palabra “gracia” aparece... ¡108 veces! Para Pablo, el amor gratuito de Dios y sus frutos en la existencia cristiana, es uno de los puntos claves de la experiencia cristiana. Esta convicción la trasmitió el Apóstol a sus discípulos y a las comunidades por él fundadas. La carta a los efesios, a la que Pablo inspiró, pero que fue escrita en su versión final por sus discípulos, recoge y refleja el punto central de la vivencia cristiana: el cambio radical que se produce en la persona que haya experimentado en su vida la acción de la gracia de Dios.


1. Un antes y un después

Pablo, y la Carta a los Efesios sobre todo, divide la historia humana en dos tiempos: uno antes y otro después de la muerte/resurrección de Cristo. La intervención de la misericordia de Dios es el centro de la vida cristiana y la fuente de vida para él.


a) El pasado de muerte

El estado espiritual del ser humano fuera de Cristo se presenta como situación de muerte: ustedes que estaban muertos en sus delitos y pecados, en los cuales un tiempo caminaron según la corriente de este mundo (Ef 2,1). Antes de la intervención de Dios, la humanidad caminaba en delitos y pecados, es decir vivía en un estado permanente de falta de Vida. Su “patrón” no era Dios, sino las fuerzas del mal, presentadas en la Carta a los Efesios como el “el príncipe de la potencia del aire”, según las creencias de la gente de aquella época. Los hombres seguían la corriente del mundo, preocupados y empeñados en seguir las apetencias de la carne y de los pensamientos (Ef 2,2).


b) La intervención misericordiosa de Dios

La nueva realidad, se presenta en oposición radical a la situación anterior. En nuestro texto tomado de la Carta a los Efesios esto se refleja con un fuerte “pero” (Ef 2,4). El que lleva la humanidad de la muerte a la vida es Dios, rico en misericordia. Dios, movido por el gran amor con que nos amó (Ef 2,4), pone en practica, una vez más, su misericordia y da la vida al ser humano que estaba muerto. Esta afirmación de la Carta a los Efesios nos recuerda la escena del libro del Génesis, donde Dios llena con el soplo de vida al ser humano que era una muñeco de barro que estaba sin vida (Gen 2,7).

El fruto de la misericordia de Dios es la doble glorificación del ser humano:

  • comienza a vivir juntamente con Cristo

  • es sentado en el trono celestial juntamente con Cristo

Nuestro texto subraya que el ser humano, glorificado por Dios, comparte el destino con Cristo Jesús, cabeza de todas las cosas (Ef 1,10). Toda esta nueva realidad es obra gratuita, bondadosa y desinteresada de Dios, quien está actuando por pura gracia (Ef 2,5), con la finalidad de que esta gracia sobreabundante sea conocida y de frutos en los siglos venideros (Ef 2,7).


2. Elección y tarea

El autor de la Carta a los Efesios deja bien claro que si bien la intervención misericordiosa de Dios abarca al mundo entero, no todos los hombres la aceptan. Muchos, en su obstinación, se cierran a la bondad de Dios y viven en la actualidad la situación de muerteel espíritu que actúa ahora en los rebeldes... entre los cuales también todos nosotros nos encontrábamos en otro tiempo (Ef 2,2-3). que vivían antes los que ahora son cristianos:

Podemos decir entonces, que en Cristo y en los cristianos bautizados, que han aceptado en sus vidas la obra salvadora de la misericordia de Dios, se está realizando plenamente la existencia humana, llamada a participar y gozar de los frutos de la sobreabundante gracia de Dios. Esta nueva realidad, iniciad a por Cristo, se extiende hasta la eternidad. Pero no podemos olvidar que en el mundo existe todavía la realidad de muerte, porque muchos hombres se cierran a la gracia y misericordia de Dios. De ahí nace la tarea para nosotros, los cristianos, de testimoniar el amor de Dios, para que los demás descubran la bondad y la misericordia de Dios y entren también en la nueva realidad donde puedan realizar plenamente su existencia humana.



Reflexionemos:

- ¿Cómo ha cambiado la existencia humana con la muerte/resurrección de Cristo?

- ¿Cómo se realiza en tu vida la obra de la misericordia de Dios?

- ¿Cómo testimonias tu frente a los demás el amor y la bondad de Dios?



Juan J. Stefanów, svd

janstef@poczta.onet.pl




01 października 2003

Haz tú de la misma manera...

La parábola del buen samaritano es uno de los textos más hermosos en el Nuevo Testamento acerca de la vivencia práctica de la misericordia. Veámoslo hoy de manera un poco más estructurada:


25 Se levantó un experto en la Ley y dijo, para ponerle a prueba:


«Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna

26 Él le dijo: «En la Ley ¿qué está escrito?

¿Cómo lees?»

27 Él, respondiendo, dijo:

«Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente;

y a tu prójimo como a ti mismo».

28 Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz esto y vivirás


29 Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo

30 Respondiendo, Jesús dijo:


«Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de salteadores que, después de despojarle y darle una paliza, se fueron, dejándole medio muerto.


31 Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo.

32 De la misma manera, un levita que pasaba por aquel sitio, al verle, dio un rodeo.

33 Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él y, al verle, tuvo compasión.

34 Acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y le montó luego sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él.

35 Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo:

`Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.'


36 ¿Quién de estos tres te parece que se comportó como prójimo del que cayó en manos de los salteadores?»


37 Él dijo: «El que practicó la misericordia con él.»

Díjole Jesús: «Vete y haz tú de la misma manera.»



En el contexto del Evangelio de Lucas, este texto está situado en la parte central del Evangelio, llamada también el camino hacia Jerusalén (Lc 9,51- 19,28). La estructura de todo este pasaje es concéntrica. En los extremos (10,25-28 y 10,29 30.36 37) tenemos dos partes del diálogo de Jesús con el experto en la Ley. En el centro del segundo diálogo está situada la parábola del buen samaritano construida también concéntricamente alrededor de los versículos 31-33 que constituyen su núcleo.


Mensaje de Lucas a su comunidad


El experto en la Ley, preocupado por el correcto cumplimiento de la Torá, le pregunta a Jesús: ¿qué hay que hacer, como vivir, para obtener la vida eterna? Jesús, respondiendo a su preocupación, lo reenvía a la Ley misma: En la Ley ¿qué está escrito? ¿Cómo lees? (10,26). La Ley citada por el letrado es el Deut 6,5: Amarás a Yahvé tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas; es parte del famoso Shemá, oración recitada por los israelitas todas las mañanas. A este mandato de amor a Dios unido al otro, referente al amor al prójimo (tomado de Levítico 19,18), el letrado resume los 713 preceptos de la ley enseñada por los rabinos.

El “problema” del letrado no es la ley misma sino una recta definición quién es su prójimo. El texto del Levítico es ambiguo: por una parte el prójimo es el otro israelita (veamos Lv 19,16-18), pero al final del mismo capítulo 19 se dice que al forastero hay que amar como a uno mismo (veamos Lv 19,34). Tiene su sentido entonces la pregunta del letrado: ¿quién es el prójimo: el israelita o el forastero? Traducido al contexto de la comunidad de Lucas podemos formular la pregunta de manera siguiente: ¿Tenemos que amar a los de nuestra comunidad o también a los paganos que no son de los nuestros? ¿Tenemos que amar también a los invasores romanos?

En lugar de la respuesta directa de Jesús, tenemos la parábola del buen samaritano. Esta parábola, leída bajo el prisma del problema que acabamos de plantear, revela detalles muy iluminadores. En primer lugar, no está definida para nada la identidad del hombre que cayó víctima de los asaltantes – lo único que se nos dice es que bajaba de Jerusalén a Jericó; no sabemos si era judío, griego o romano. Tampoco sabemos quiénes eran los asaltantes. Los que sí son presentados con todos los detalles, son los personajes que se encuentran con la víctima del asalto: el sacerdote, el levita y el samaritano – todos ellos sujetos de la Ley. Los dos primeros se comparan con los asaltantes – se van dejando a la pobre víctima moribunda. Sólo el samaritano, despreciado y rechazado por los judíos, es quien ama a la víctima como a sí mismo.

La clave de la parábola está en la pregunta de Jesús: ¿Quién de estos tres te parece que se comportó como prójimo del que cayó en manos de los salteadores? (10,36). No se trata de uno busque quiénes son mis prójimos sino más bien se trata de que nos hagamos el prójimo de los demás. En la parábola del buen samaritano el prójimo del hombre que cayó víctima del asalto fue el que practicó la misericordia con él (10,37a). La recomendación de Jesús al experto en la Ley, la recomendación de Lucas a los miembros de su comunidad es: haz tú de la misma manera (10,37b).


Pistas para la relectura

El legalismo es uno de los males que padecen actualmente muchas de las comunidades cristianas. ¿Qué tengo que hacer para salvarme? Fruto de una preocupación exagerada por la “sana doctrina” y el cumplimiento estricto de los mandamientos, ritos, leyes y normas religiosas, se ha perdido la sensibilidad social de muchas comunidades cristianas. Más preocupante todavía es el crecimiento del número de comunidades donde los grandes males sociales se ven como el castigo de Dios hacia los pecadores. Basta mencionar sólo el trato discriminatorio que sufren los enfermos de SIDA en encuentro con muchos cristianos bautizados, creyentes y practicantes.

Es mucho más fácil convocar hoy centenares de personas para una adoración nocturna en absoluto silencio y penitencia que juntar una decena de voluntarios para la atención de mendigos o enfermos terminales en cualquier albergue municipal.

La parábola del buen samaritano sigue teniendo la misma fuerza profética que hace dos mil años. Seguimos teniendo la necesidad de que Jesús nos diga de nuevo: haz tú de la misma manera (10,37b).



Reflexionemos:

- ¿Con cuál de los personajes de la parábola del buen samaritano te identificas? ¿Por qué?

- ¿Qué desafíos plantea esta parábola a ti personalmente y a los cristianos en general?



Juan Stefanów

Centro Bíblico Verbo Divino

director@verbodivino-ecu.org




01 września 2003

Y la promesa se hizo realidad...

Muchas veces y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por medio de los profetas, ahora en este tiempo final nos ha hablado por medio del Hijo (Heb 1,1-2).


Se ha escrito mucho acerca de las circunstancias históricas en las que vivió Jesús y acerca de todos los acontecimientos “importantes” que originaron la situación religiosa y política de su tiempo. Pero todos estos escritos, como la mayor parte de los libros de historia, nos cuentan únicamente lo que hacía y decía la gente “importante”. Jesús, sin embargo, surge como uno de los personajes “no importantes”. Aparece y desarrolla su actividad en el “reverso de la historia”, entre los que no cuentan. Aunque él mismo procedía más bien de la clase media, toda su vida estuvo marcada por la predilección por los pobres, los que sufren, los oprimidos. Elige sus compañeros entre la gente sencilla. Su lenguaje es el de los sencillos. No tiene casa propia, ni viaja con maletas y baúles, sólo con la ropa puesta. Conoce el cansancio y el hambre. Sufre el rechazo de los “importantes”, oye críticas de los adinerados, la murmuración de los grandes y de los “sabios”, las burlas de los que lo tratan de “loco”…

En su actuación pública Jesús se sitúa dentro de la tradición profética de Israel y se presenta como el que viene a realizar las esperanzas del pueblo fomentadas y alimentadas a lo largo de los siglos por los profetas. Anunció la Buena Nueva de Dios proclamando un tiempo de gracia, el cumplimiento de las promesas y la llegada del reino de Dios.

El tiempo se ha cumplido

Cada evangelista tuvo interés en presentarnos al principio de su obra una síntesis del mensaje de Jesús. Marcos, el primero en redactar un evangelio completo, lo resume en un breve anuncio: Se ha cumplido el plazo y está llegando el reino de Dios. Conviértanse y crean en el evangelio (Mc 1,15). Mateo incluye el mismo resumen de Marcos (Mt 4,17). Lucas, sin embargo, compone toda una escena rica en detalles. A diferencia de los otros sinópticos (Mateo y Marcos), Lucas conecta el anuncio de la llegada del reinado de Dios con la proclamación de “un año de gracia del Señor”:


14 Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu, regresó a Galilea, y su fama se extendió por toda la comarca. 15 Enseñaba en las sinagogas y todo el mundo hablaba bien de él.

16 Llegó a Nazaret, donde se había criado. Según su costumbre, entró en la sinagoga un sábado y se levantó para hacer la lectura. 17 Le entregaron el libro del profeta Isaías y, al desenrollarlo, encontró el pasaje donde está escrito:

18 El espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres;

me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y dar vista a los ciegos,

a libertar a los oprimidos 19 y a proclamar un año de gracia del Señor.

20 Después enrolló el libro, se lo dio al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él. 21 Y comenzó a decirles:

Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acaban de escuchar.


El texto de Isaías leído por Jesús.

En el libro de Isaías, en la parte escrita después del exilio de Babilonia (587-538 a.C.), se proclamaba “un año de gracia del Señor”, en el que acontecería la liberación anunciada por el Jubileo (Is 61,1-2):

1El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque el Señor me ha ungido.

Me ha enviado para dar la Buena Nueva a los pobres,

para curar los corazones desgarrados, y anunciar la liberación a los cautivos,

a los prisioneros la libertad.

2Me ha enviado para anunciar un año de gracia del Señor y un día de venganza para nuestro Dios.

Este texto de Isaías era uno de los pasajes seleccionados para ser leído al comienzo del Año Jubilar, que era una buena noticia para los pobres, los esclavos, endeudados y oprimidos, pues era la ocasión prevista legalmente para recuperar la propiedad perdida y la condición de libertad.

En Palestina, durante el siglo I, todos los grupos religiosos anhelaban la actuación inminente de Dios, la llegada del Mesías. Los fariseos atribuían a este Mesías dos tareas: por una parte, instauraría un Reino en el que ellos ocuparían un lugar privilegiado; por otra parte, juzgaría y condenaría a los pecadores y a los disconformes con la posición farisea. Jesús, al leer a Isaías, suprime la referencia al castigo divino. Anuncia un tiempo de gracia, no de venganza. El reino de Dios proclamado por Jesús es para todos y especialmente para los oprimidos. Las curaciones, la devolución de la vista o el oído, el ocasionar alegría, el sacar del cautiverio, el proclamar la libertad o el perdón y el dar la buena noticia… son diferentes formas de describir la liberación.


La actualización de Jesús.

Jesús anuncia el cumplimiento del oráculo de Isaías en el tiempo presente diciendo: Hoy se ha cumplido el pasaje de la Escritura que acaban de escuchar” (Lc 4, 21). La esperanza de liberación que Israel depositó en la actuación misericordiosa de Dios, alcanzan su plenitud en Jesús de Nazaret. Con Jesús, “hoy”, llega el Jubileo, el año de gracia, el año de la liberación de los cautivos y de la Buena Nueva para los pobres.


Reflexionemos:

- ¿En qué consiste el proyecto de Jesús?

- ¿Por qué la vida y el mensaje de Jesús son buena noticia especialmente para los marginados?

- ¿De qué manera podemos continuar hoy el proyecto de Jesús ?



Juan Stefanów

Centro Bíblico Verbo Divino

director@verbodivino-ecu.org



01 czerwca 2003

Caigamos en manos del Señor...

El que vive eternamente todo lo creó por igual,

sólo el Señor puede ser proclamado justo.

A nadie concedió el poder de anunciar sus obras,

¿quién podrá descubrir sus maravillas?,

¿quién podrá medir su inmensa grandeza?,

¿quién podrá narrar sus misericordias?

No hay nada que quitar, ni nada que añadir,

y no se pueden descubrir las maravillas del Señor.

(Sir 18,1-6)


Jesús Ben Sira, el sabio israelita que alrededor del año 180 antes de Cristo dio la forma decisiva su libro, conocido ahora como el “Eclesiástico”, en sus reflexiones resalta muchas veces la misericordia de Dios. La vida de este sabio se enmarca dentro de la ocupación de Israel por el Imperio Griego. En esta época de la ocupación griega se puso a prueba la fe del pueblo de Israel.


Dios nos ha abandonado”...

Los ocupantes griegos tenían interés en hacer perder a los judíos, habitantes de Palestina, su fe en Yavé y convertirlos en seguidores de los dioses griegos. El menor gesto de resistencia era castigado con la pena de muerte. El único consuelo de los judíos fue la esperanza en que Yavé, el Dios de Israel, en su misericordia no permitiría que su pueblo fuera llevado al exterminio. Sin embargo no todos tuvieron la fe tan firme. Muchos judíos, desilusionados por la falta de respuesta de Yavé a las abominaciones del ejército invasor, renegaron de su fe y comenzaron a seguir las costumbres y los dioses de los griegos. Ben Sira no comparte esta postura y demuestra su desaprobación de este tipo de comportamiento. El segundo capítulo de su obra critica a los judíos que pierden la esperanza y trata de reforzar la fe de sus hermanos judíos en la misericordia de Dios:

¡Ay de los corazones cobardes y las manos perezosas,

y del pecador que actuá con doblez!

¡Ay del corazón decaído, que no tiene fe!,

porque no será protegido.

¡Ay de ustedes, los que han perdido la esperanza!

¿Qué harán cuando el Señor venga a examinarlos? (Sir 2,12-14).

Según este sabio judío, la fe en Dios exige sacrificios. Las dificultades de la vida no sólo no pueden debilitar nuestra fe, sino que son ayuda para que esta se fortalezca y se haga más fuerte. Dios permite y tolera estas pruebas que ayudan a clarificar nuestras opciones y nos ayudan a acercarnos a Dios con más convicción:

Hijo, si te acercas a servir al Señor,

prepara tu alma para la prueba.

Endereza tu corazón, mantente firme,

y no te angusties en tiempo de adversidad.

Pégate a él y no te separes,

para que seas exaltado en tu final.

Todo lo que te sobrevenga, acéptalo,

y en las humillaciones, sé paciente.

Porque en el fuego se purifica el oro,

y los que agradan a Dios, en el horno de la humillación.

Confía en él, y él te ayudará,

endereza tus caminos y espera en él (Sir 2,1-6).


La Biblia fuente de esperanza.

Según Ben Sira las personas que conocen a Dios, saben que él no abandona a sus hijos e hijas. En momentos de adversidad los creyentes permanecen fieles a Dios porque saben que él premiará más tarde su fidelidad con beneficios mucho más superiores que las penas y sufrimientos que les toca ir superando en este tiempo de adversidad:

Los que temen al Señor, aguarden su misericordia,

y no se desvíen, no sea que caigan.

Los que temen al Señor, confíen en él,

y no les faltará la recompensa.

Los que temen al Señor, esperen bienes,

gozo eterno y misericordia (Sir 2,7-9).

¿Pero en qué basa Ben Sira la fuerza de sus convicciones? Indudablemente la rica experiencia de su vida le ha ayudado a clarificar y fortalecer su fe. Basta leer Sir 51,13-22 para saber cuánto se ha esforzado Ben Sira para conseguir la sabiduría divina. Pero la fuente principal desde la cual este sabio alimenta su fe es... la Biblia. Leyendo las páginas de la Escritura, conociendo la vida de las generaciones más antiguas de los creyentes en Dios, Ben Sira descubre que Dios nunca ha abandonado a quienes han puesto su confianza en él:

Fíjense en las generaciones antiguas y vean:

¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?

¿Quién perseveró en su temor y fue abandonado?

¿Quién le invocó y fue desatendido?

Porque el Señor es compasivo y misericordioso,

perdona los pecados y salva en tiempo de desgracia (Sir 2,10-11).


Abandonémonos en la misericordia del Señor.

Fortalecidos con la Palabra de Dios los creyentes están en condiciones de superar las dificultades de la vida diaria. Nuestro Dios, fiel y misericordioso, que ha escuchado en el pasado el clamor de los oprimidos y los ha liberado, sigue y seguirá siempre actuando de la misma manera, porque él es fiel y no puede negar a si mismo. Esta experiencia de Dios ayuda a los creyentes a no desesperarse, a mantenerse fieles al Dios y a su proyecto, y ser para las demás personas ejemplo de fe y confianza en Dios:

Los que temen al Señor no desobedecen sus palabras,

los que le aman guardan sus caminos.

Los que temen al Señor buscan su agrado,

los que le aman cumplen su ley.

Los que temen al Señor tienen el corazón dispuesto,

y se humillan delante de él.

Caigamos en manos del Señor y no en manos de los hombres,

pues como es su grandeza, así es su misericordia.

(Eclo 2,15-18).



Reflexionemos:

- ¿Qué sentido damos los creyentes en Dios a los sufrimientos de la vida diaria?

- ¿de que manera la Biblia nos ayuda mantener viva y fuerte nuestra fe?

- ¿de qué manera nuestra fe en Dios nos ayuda a vencer las dificultades de la vida ?



Juan Stefanów

Centro Bíblico Verbo Divino

director@verbodivino-ecu.org



01 maja 2003

Dios misericordioso y leal.

¿Qué Dios hay como tú, que perdone el pecado y absuelva al resto de su heredad? No mantendrá para siempre su cólera pues ama la misericordia; volverá a compadecerse de nosotros, destruirá nuestras culpas y arrojará al fondo del mar todos nuestros pecados! (Miq 7,18-19).


Al inicio de nuestras reflexiones de este año acerca de la misericordia de Dios en la Biblia, allá por el mes de febrero, decíamos que en el idioma hebreo, la lengua original de la Biblia, para hablar de la “misericordia” de Dios, se usa una expresión, RaHaMiM, que tiene la misma raíz (RHM) que la palabra “vientre materno”. Por consiguiente, la “misericordia” tiene mucho que ver con la “ternura”. Pero esta no es la única palabra que expresa “misericordia” en el idioma hebreo. Otra palabra, incluso más usada que RaHaMiM, es la palabra HeSeD (Jésed). Este término, HeSeD, significa en primer lugar “misericordia”, pero también se traduce como “lealtad”. Cuando en la Biblia leemos que Dios es misericordioso, tenemos que comprender entonces que es también leal.


Dios juega limpio

En el libro del Éxodo Dios se presenta a sí mismo diciendo:

Yo Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, pero tengo misericordia por mil generaciones con los que me aman y guardan mis mandamientos (Ex 20,5-6).

Normalmente se subraya de este texto el tema del castigo. ¡Que barbaridad, Dios castiga hasta la cuarta generación! Pero... si seguimos leyendo, descubrimos que, con los que siguen sus caminos, Dios tiene misericordia (y lealtad) por... ¡¡¡mil generaciones!!!

La lealtad de Dios hacia nosotros tiene mucho que ver con nuestra lealtad frente a él. Esto tiene su origen en la Alianza que Dios ha establecido con el pueblo de Israel:

Si escuchas los mandamientos de Yahvé tu Dios que yo te mando hoy, amando a Yahvé tu Dios, siguiendo sus caminos y guardando sus mandamientos, preceptos y normas, vivirás y te multiplicarás; Yahvé tu Dios te bendecirá en la tierra en la que vas a entrar para tomarla en posesión. Pero si tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar a postrarte ante otros dioses y a darles culto, yo les declaro hoy que perecerán sin remedio y que no vivirán muchos días en el suelo que vas a tomar en posesión al pasar el Jordán. Pongo hoy por testigos contra ustedes al cielo y a la tierra: te pongo delante vida o muerte, bendición o maldición. Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia, amando a Yahvé tu Dios, escuchando su voz, viviendo unido a él; pues en ello está tu vida, así como la prolongación de tus días mientras habites en la tierra que Yahvé juró dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob (Dt 30,15-20).

Dios, quien ha ayudado al pueblo de Israel a liberarse de sus opresores, lo ha sacado de la esclavitud, le ha dado la tierra y la posibilidad de ser protagonistas de su propia historia, les pide sólo una cosa: que respeten “las reglas de juego” – el proyecto amplio que Dios ha elaborado y dentro del cual ha incluido al pueblo de Israel. Seguir este proyecto significará para Israel paz, armonía y prosperidad; salirse de él, significará perdición y muerte – abandono por parte de Dios. Si leemos la Biblia con atención, vemos que Dios ciertamente cumple su promesa: acompaña y bendice a los que le son fieles. Sin embargo - y podríamos decir: ¡por fortuna! – no cumple su amenaza de muerte y abandono. Dios no abandona a los que se desvían de sus caminos, si misericordia no se lo permite, sino que los corrige.


La pedagogía de Dios

La mayoría de las Biblias que usamos no hablan de la corrección de parte de Dios sino de castigo de Dios. Sin embargo la palabra hebrea que usa la Biblia para la corrección es MuSaR, que tiene que ver con educación, instrucción, disciplina (la Biblia griega usa el término paideia – de allí nuestra “pedagogía”). Más que hablar entonces de los castigos de Dios tendríamos que estudiar la pedagogía divina. El libro de los Proverbios aconseja a sus lectores: No desprecies, hijo mío, la instrucción de Yahvé, que no te enfade su reprensión, porque Yahvé reprende a quien ama, como un padre a su hijo amado (Prov 3,11-12). Nuestro Dios es leal y misericordioso. Bendice y acompaña a todas las personas que siguen sus caminos, que se realizan dentro del proyecto de Dios; corrige e instruye a aquellos que se alejan de él para que recapaciten, cambien de vida y regresen a la Alianza con Dios.


Bendice al Señor, alma mía, alabe todo mi ser su santo Nombre.

Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios.

Él perdona todas tus ofensas y te cura de todas tus dolencias.

Él rescata tu vida de la tumba, te corona de amor y de ternura.

Él colma de dicha tu existencia y como el águila se renueva tu juventud.

El Señor obra en justicia y a los oprimidos les da lo que es debido. (...)

El Señor es ternura y compasión, lento a la cólera y lleno de amor (Sal 103,1-6.8).



Reflexionemos:

- ¿Has experimentado en tu vida la ternura de Dios?¿Cuándo?

- ¿En qué consiste la pedagogía de Dios?

- ¿Has experimentado en tu vida la corrección de Dios? ¿Cuándo?



Juan Stefanów

Centro Bíblico Verbo Divino

director@verbodivino-ecu.org



01 kwietnia 2003

Dios, un juez justo y misericordioso.

Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia? (Gn 18,25).


El mes pasado habíamos visto como Dios educaba al profeta Jonás, quien no estaba dispuesto a aceptar la bondad y la misericordia de Dios. A Jonás le parecía que Dios debía ser mucho más severo con los pecadores. Por su parte, Dios le hacía ver que, siendo él mismo el creador de todo el universo, no podía aniquilar sin piedad a sus criaturas y que para él lo más natural era perdonar, porque él ama a su creación como una madre ama al niño que ha salido de sus entrañas.

Esta vez quisiéramos recuperar de la Biblia una historia donde se da la situación inversa: un hombre, Abraham, apela a la justicia y misericordia de Dios y consigue que éste no desate indiscriminadamente el furor de su ira castigando sin piedad a justos e impíos.

Los capítulos 18 y 19 del libro del Génesis nos traen un relato muy antiguo, elaborado por el escritor Yahvista (lo llamamos así porque siempre cuando habla de Dios utiliza el nombre de Yahvé) allá por los años 900 antes de Cristo, es decir, ¡ hace casi 3.000 años!

En este relato se nos narra el encuentro de Abraham con Dios. Es un relato muy bien elaborado y muy interesante. Les invitamos a que lo encuentren en su Biblia y que lo lean con detenimiento.

Nos cuenta el relato que un día, cuando Abraham estaba descansando a la entrada de su tienda, esperando que pase el sofocante calor de mediodía, inesperadamente, lo han visitado tres caminantes. Siendo un buen anfitrión, Abraham saludó con respeto al que parecía ser el jefe y humildemente les ofreció hospitalidad; les invitó a que se quedaran con él un rato para descansar y para reponer fuerzas. Le pidió a su esposa Sara que les preparara “un pancito”, que al final resultó todo un banquete. Mientras estaban conversando, Abraham se dio cuenta que el que lo había visitado era Dios mismo en compañía de dos ángeles. Como premio por la buena acogida, Dios le hace a Abraham la promesa: Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo (Gn 18,10).

Al despedirse, Dios le comparte a Abraham que se está dirigiendo a la ciudad de Sodoma para aniquilarla: El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Así que voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo (Gn 18,20-21). Al conocer esta estremecedora noticia, Abraham se acerca con confianza a Dios para interceder por la ciudad pecadora. Es importante que tengamos presente el escenario de esta conversación: el diálogo entre Dios y Abraham, o, mejor dicho, entre el juez y el abogado, se desarrolla en una de las alturas al este de Hebrón, desde la cual se puede ver, en el fondo del paisaje, a la ciudad pecadora, la ciudad de Sodoma (cf. Gn 19,27-28). Es una escena muy dramática: la suerte de los habitantes de Sodoma depende del resultado de este dialogo.

Ambos, Dios y Abraham saben que Sodoma ha pecado; es una ciudad impía, que debe ser castigada. Pero Abraham le plantea a Dios un problema mucho más profundo: no todos en Sodoma son pecadores, hay también allí algunos justos. La pregunta es: ¿hay que fijarse en los muchos impíos o, más bien, en los pocos justos? La sugerencia de Abraham es que Dios perdone a los impíos en consideración a los justos: Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Vas a borrarlos sin perdonar a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia? (Gn 18,24-25). La respuesta de Dios es: Si encuentro en Sodoma a cincuenta justos en la ciudad perdonaré a todo el lugar por amor de aquéllos (Gn 18,26). Una vez conseguida la respuesta favorable de Dios, Abraham, con mucha confianza, comienza a rebajar las proporciones entre justos y pecadores: 45 justos, 40, 30, 20, hasta llegar tan sólo 10 justos: Insistió: Vaya, no se enfade mi Señor, que ya sólo hablaré esta vez: ¿Y si se encuentran allí diez? Dijo: Tampoco los destruiría, en atención a los diez. (Gn 18,32). A muchos lectores les resultó hasta divertido este “regateo” de Abraham con Dios, al más puro estilo judío. Pero más allá de la grotesca, podemos observar en esta escena algunos elementos teológicos muy edificantes. En primer lugar, es digna de subrayar la profunda confianza entre Abraham y Dios. Abraham, sintiéndose acogido y escuchado por Dios, se dirige a él con toda confianza e no tiene miedo de pedirle favores, logrando entrar en armonía con la voluntad de Dios. En segundo lugar, destaca el desprendimiento y la solidaridad de Abraham: dirigiéndose a Dios no pide favores para él, sino que intercede por sus hermanes, aunque estos sean pecadores irrespetuosos de Dios. Finalmente, y lo destacamos al final por ser el mensaje más importante de este pasaje, a través de esta narración descubrimos en profundidad el significado de la justicia de Dios. Según la enseñanza de la Biblia, la justicia de Dios no consiste en hacer respetar las normas establecidas, sino en realizar acciones justas. Según la norma de la ley, Sodoma debía de ser destruida porque era una ciudad pecadora, pero la acción justa realizada por Dios, gracias a la intercesión de Abraham, fue haber salvado a la familia de Lot, el hombre justo, antes de destruir la ciudad. La misma característica de nuestro Dios destaca Jesús cuando dice: Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores, para que así sean hijos de su Padre que está en los Cielos. Porque él hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué mérito tiene? También los cobradores de impuestos lo hacen. Y si saludan sólo a sus amigos, ¿qué tiene de especial? También los paganos se comportan así. Por su parte, sean ustedes perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo (Mt 5,44-48).





Reflexionemos:

- ¿Cómo entró Dios en confianza con Abraham?

- ¿Cómo se relacionaba Abraham con Dios?¿qué nos enseña a nosotros/as con este comportamiento?

- ¿Qué verdad acerca de Dios nos revelan los capítulos 18 y 19 del libro de Génesis?¿Cómo la vamos a poner en práctica y transmitir a los demás?



Juan Stefanów

Centro Bíblico Verbo Divino

director@verbodivino-ecu.org