01 grudnia 2003

Como Dios nos ha amado...

A lo largo de este año hemos ido descubriendo los diversos rostros de la misericordia de Dios presentes en la Biblia. Al terminar este ciclo de reflexiones bíblicas, les invitamos a leer un texto que nos presenta las implicaciones de la misericordia de Dios en nuestras vidas. Leamos detenidamente un hermoso pasaje tomado de la primera carta de Juan (1 Jn 4,7-21):


7Queridos,

amémonos unos a otros,

porque el amor es de Dios,

y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.

8El que no ama no ha conocido a Dios,

porque Dios es Amor.

9En esto se manifestó entre nosotros el amor de Dios;

en que Dios envió al mundo a su Hijo único

para que vivamos por medio de él.

10En esto consiste el amor:

no en que nosotros hayamos amado a Dios,

sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo

como víctima de expiación por nuestros pecados.


11Queridos,

si Dios nos ha amado de esta manera,

también nosotros debemos amarnos unos a otros.

12A Dios nadie le ha visto nunca.

Si nos amamos unos a otros,

Dios permanece en nosotros y su amor ha alcanzado la perfección en nosotros.

13En esto conocemos que nosotros permanecemos en él y él [permanece] en nosotros:

en que nos ha dado de su Espíritu.

14Y nosotros hemos visto y damos testimonio

de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo.

15Si uno confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él [permanece] en Dios.

16Y nosotros hemos conocido y hemos creído en el amor que Dios nos tiene.

Dios es Amor:

y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios permanece en él.

17En esto ha alcanzado la perfección el amor en nosotros:

en que tengamos confianza en el día del Juicio,

pues como es él, así somos nosotros en este mundo.

18No hay TEMOR en el amor;

antes bien, el amor pleno expulsa el TEMOR,

porque el TEMOR entraña castigo;

quien teme no ha alcanzado la perfección en el amor.


19Nosotros amamos, porque él nos amó primero.

20Si alguno dice: «Amo a Dios» y odia a su hermano, es un mentiroso;

pues quien no ama a su hermano, a quien ve,

no puede amar a Dios a quien no ve.

21Y nosotros hemos recibido de él este mandamiento:

quien ama a Dios, ame también a su hermano.



“Dios es amor” - ¡cuántas veces habremos escuchado y repetido nosotros mismos esta afirmación, que constituye la verdad más profunda de nuestra fe. Sin embargo, muchos cristianos se limitan a repetirla como un dogma de fe, sin dejar que ella llegue a ser en ellos una actitud de vida. El autor de la primera carta de Juan trata de reflexionar acerca de los frutos que el amor de Dios produce en nosotros.


1. Conocer el amor de Dios.

Llegamos a ser cristianos porque conocimos el amor de Dios. No fuimos nosotros los primeros en amar a Dios, sino que él se nos adelantó y en su Hijo nos reveló y demostró en práctica su inmenso amor por nosotros (1 Jn 4,9-10). Sería tal vez natural decir: Si Dios nos ha amado de esta manera, nosotros debemos entonces amarlo a él de la misma manera. Sin embargo, en el texto de la carta de Juan leemos la sorprendente afirmación: si Dios nos ha amado de esta manera... ¡también nosotros debemos amarnos unos a otros! (1 Jn 4,11). Quien llega a conocer a Dios y experimenta su gran amor, se siente impulsado a dar el mismo amor a los demás. Cada cristiano, y cada comunidad cristiana, que refleja en su vida el amor de Dios hacia los demás, revela al mundo el rostro de Dios. A Dios nadie le ha visto nunca, lo podemos conocer a través de las personas que se aman mutuamente y amar desinteresada y gratuitamente a los demás.

Dios nos amó en la persona de su Hijo quien entregó su vida en el gesto extremo de amor por nosotros y que vive en nosotros a través del Espíritu que hemos recibido de él (1 Jn 4,13-16). Este espíritu nos ayuda a experimentar el amor de Dios. Cuanto más nos abrimos al espíritu de Dios, su inmenso amor por nosotros, tanto más crece nuestra confianza en Dios; el amor de Dios se hace en nosotros perfecto (1 Jn 4,17-18). Cuanto más amados nos sentimos por Dios, tanto menos miedo le tenemos. En el amor no hay temor (1 Jn 4,18). Nos dice la carta de Juan que si alguien le tiene miedo a Dios, y dice a los demás que tienen que temer el castigo de Dios, eso indica que esta persona no conoce a Dios, no ha conocido y experimentado el amor de Dios.


2. Amar a Dios en los demás.

Los últimos tres versículos de nuestro texto (1 Jn 4,19-21), constituyen un breve y hermoso resumen de toda la vida cristiana y plantean al mismo tiempo todo un programa de vida.

En primer lugar, nosotros amamos [a los demás] porque Dios nos amó primero. Simplemente trasmitimos lo que hemos conocido y experimentado de nuestro Dios. Y lo hermoso que nos dice Juan es que no devolvemos el amor a Dios, sino que lo orientamos hacia los demás. El autor de la carta nos advierte que no podemos engañarnos que amamos a Dios si no amamos a los demás – pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4,20). La muestra – y prueba – de nuestro amor a Dios es nuestro amor hacia los demás. Cuanto más amamos a Dios, tanto más debemos entregarnos a nuestros hermanos.


3. Renovar en nosotros el amor de Dios

En este tiempo de Adviento y Navidad recordamos, una vez más, que Dios nos amó hasta el punto de asumir nuestra existencia humana haciéndose uno de nosotros. La gruta de Belén, donde entre estiércol y animales Dios puso su morada, se convirtió en la fuente de donde brota el inmenso río de amor de Dios. Sumerjámonos en este amor, llenémonos de él, y convirtámonos en fuentes y riachuelos que lleven este amor a las personas que no lo conocen, que siguen teniendo miedo a Dios porque no lo han conocido, porque nadie les ha hecho experimentar el Amor...



Reflexionemos:

- ¿Has experimentado en tu vida el amor de Dios? ¿Cómo? ¿Cuándo?

- ¿Cómo expresas tu amor a Dios?

- ¿Por qué la gente le tiene miedo a Dios? ¿Cómo podrías ayudar a estas personas a descubrir el amor de Dios?



Juan J. Stefanów, svd

janstef@poczta.onet.pl