01 kwietnia 2003

Dios, un juez justo y misericordioso.

Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia? (Gn 18,25).


El mes pasado habíamos visto como Dios educaba al profeta Jonás, quien no estaba dispuesto a aceptar la bondad y la misericordia de Dios. A Jonás le parecía que Dios debía ser mucho más severo con los pecadores. Por su parte, Dios le hacía ver que, siendo él mismo el creador de todo el universo, no podía aniquilar sin piedad a sus criaturas y que para él lo más natural era perdonar, porque él ama a su creación como una madre ama al niño que ha salido de sus entrañas.

Esta vez quisiéramos recuperar de la Biblia una historia donde se da la situación inversa: un hombre, Abraham, apela a la justicia y misericordia de Dios y consigue que éste no desate indiscriminadamente el furor de su ira castigando sin piedad a justos e impíos.

Los capítulos 18 y 19 del libro del Génesis nos traen un relato muy antiguo, elaborado por el escritor Yahvista (lo llamamos así porque siempre cuando habla de Dios utiliza el nombre de Yahvé) allá por los años 900 antes de Cristo, es decir, ¡ hace casi 3.000 años!

En este relato se nos narra el encuentro de Abraham con Dios. Es un relato muy bien elaborado y muy interesante. Les invitamos a que lo encuentren en su Biblia y que lo lean con detenimiento.

Nos cuenta el relato que un día, cuando Abraham estaba descansando a la entrada de su tienda, esperando que pase el sofocante calor de mediodía, inesperadamente, lo han visitado tres caminantes. Siendo un buen anfitrión, Abraham saludó con respeto al que parecía ser el jefe y humildemente les ofreció hospitalidad; les invitó a que se quedaran con él un rato para descansar y para reponer fuerzas. Le pidió a su esposa Sara que les preparara “un pancito”, que al final resultó todo un banquete. Mientras estaban conversando, Abraham se dio cuenta que el que lo había visitado era Dios mismo en compañía de dos ángeles. Como premio por la buena acogida, Dios le hace a Abraham la promesa: Volveré sin falta a ti pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo (Gn 18,10).

Al despedirse, Dios le comparte a Abraham que se está dirigiendo a la ciudad de Sodoma para aniquilarla: El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Así que voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo (Gn 18,20-21). Al conocer esta estremecedora noticia, Abraham se acerca con confianza a Dios para interceder por la ciudad pecadora. Es importante que tengamos presente el escenario de esta conversación: el diálogo entre Dios y Abraham, o, mejor dicho, entre el juez y el abogado, se desarrolla en una de las alturas al este de Hebrón, desde la cual se puede ver, en el fondo del paisaje, a la ciudad pecadora, la ciudad de Sodoma (cf. Gn 19,27-28). Es una escena muy dramática: la suerte de los habitantes de Sodoma depende del resultado de este dialogo.

Ambos, Dios y Abraham saben que Sodoma ha pecado; es una ciudad impía, que debe ser castigada. Pero Abraham le plantea a Dios un problema mucho más profundo: no todos en Sodoma son pecadores, hay también allí algunos justos. La pregunta es: ¿hay que fijarse en los muchos impíos o, más bien, en los pocos justos? La sugerencia de Abraham es que Dios perdone a los impíos en consideración a los justos: Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. ¿Vas a borrarlos sin perdonar a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia? (Gn 18,24-25). La respuesta de Dios es: Si encuentro en Sodoma a cincuenta justos en la ciudad perdonaré a todo el lugar por amor de aquéllos (Gn 18,26). Una vez conseguida la respuesta favorable de Dios, Abraham, con mucha confianza, comienza a rebajar las proporciones entre justos y pecadores: 45 justos, 40, 30, 20, hasta llegar tan sólo 10 justos: Insistió: Vaya, no se enfade mi Señor, que ya sólo hablaré esta vez: ¿Y si se encuentran allí diez? Dijo: Tampoco los destruiría, en atención a los diez. (Gn 18,32). A muchos lectores les resultó hasta divertido este “regateo” de Abraham con Dios, al más puro estilo judío. Pero más allá de la grotesca, podemos observar en esta escena algunos elementos teológicos muy edificantes. En primer lugar, es digna de subrayar la profunda confianza entre Abraham y Dios. Abraham, sintiéndose acogido y escuchado por Dios, se dirige a él con toda confianza e no tiene miedo de pedirle favores, logrando entrar en armonía con la voluntad de Dios. En segundo lugar, destaca el desprendimiento y la solidaridad de Abraham: dirigiéndose a Dios no pide favores para él, sino que intercede por sus hermanes, aunque estos sean pecadores irrespetuosos de Dios. Finalmente, y lo destacamos al final por ser el mensaje más importante de este pasaje, a través de esta narración descubrimos en profundidad el significado de la justicia de Dios. Según la enseñanza de la Biblia, la justicia de Dios no consiste en hacer respetar las normas establecidas, sino en realizar acciones justas. Según la norma de la ley, Sodoma debía de ser destruida porque era una ciudad pecadora, pero la acción justa realizada por Dios, gracias a la intercesión de Abraham, fue haber salvado a la familia de Lot, el hombre justo, antes de destruir la ciudad. La misma característica de nuestro Dios destaca Jesús cuando dice: Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores, para que así sean hijos de su Padre que está en los Cielos. Porque él hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué mérito tiene? También los cobradores de impuestos lo hacen. Y si saludan sólo a sus amigos, ¿qué tiene de especial? También los paganos se comportan así. Por su parte, sean ustedes perfectos como es perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo (Mt 5,44-48).





Reflexionemos:

- ¿Cómo entró Dios en confianza con Abraham?

- ¿Cómo se relacionaba Abraham con Dios?¿qué nos enseña a nosotros/as con este comportamiento?

- ¿Qué verdad acerca de Dios nos revelan los capítulos 18 y 19 del libro de Génesis?¿Cómo la vamos a poner en práctica y transmitir a los demás?



Juan Stefanów

Centro Bíblico Verbo Divino

director@verbodivino-ecu.org